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PROGRAMA

 

 

» Christoph Willibald Gluck – Obertura de «Orfeo ed Euridice» (adaptación para cámara)
» Carl Philipp Emanuel Bach – Sinfonía en Re menor, H. 663 (Wq. 183/3)
» Antonio Salieri – Sinfonía veneciana
» Franz Joseph Haydn – Sinfonía n.º 101, «The Clock»

En su trabajo conjunto por la música, la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el Auditorio León de Greiff UNAL presentan

OBERTURA DE «ORFEO ED EURIDICE»

Director: Rubián Zuluaga

Más de 40 años de cooperación por la música entre la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el Auditorio León de Greiff UNAL

En este concierto se presentaron obras Christoph Willibald Gluck, Carl Philipp Emanuel Bach, Antonio Salieri y Franz Joseph Haydn.

 

NOTAS AL PROGRAMA

 

Por: Carolina Conti


El alemán Christoph Willibald Gluck fue un compositor fundamental en la ópera de la segunda mitad del siglo XVIII. En ese momento dominaba la ópera seria italiana en el estilo creado por Pietro Metastasio, el principal libretista del género, quién con sus textos determinó la estructura de la ópera en cuanto a la longitud, las intervenciones del coro y la presencia de recitativos.


Con su ópera “Orfeo y Eurídice”, Gluck se alejó de esas convenciones y creó un estilo más sencillo que pudiera expresar la fuerza de los sentimientos de manera clara y simple.


Por todo esto, “Orfeo y Eurídice” es considerada la primera ópera ‘de reforma’. El libreto, escrito por Raniero da Calzabigi, está basado en la historia del legendario músico que gracias a su arte logra llegar al infierno a rescatar a su esposa Eurídice.
El escritor se centró en lo esencial del drama dejando de lado muchos detalles con el objetivo de presentar una trama concreta y sencilla, pero muy emotiva. La obertura de esta ópera, que inicia el concierto de hoy, nos muestra la intensidad dramática y el esplendor del estilo de Gluck.

 

Por: Juan Carlos Piedrahíta Betancourt


Carl Philipp Emanuel, el quinto hijo de Johann Sebastian Bach (1685 – 1750) tuvo un rol determinante en la música. Él no solo recibió buena parte del legado artístico de su padre y se encargó de esparcir los conocimientos de su mentor y padrino Georg Philipp Telemann (1681 – 1767), sino que se convirtió en una figura de conexión entre dos estilos musicales importantes para la humanidad: el Barroco y el Clasicismo.


Estudió Derecho en la Universidad de Leipzig y más tarde continuó su formación profesional en Frankfurt, pero el entorno musical de su familia definitivamente les ganó el pulso a las leyes y Carl Philipp Emanuel Bach, también conocido como C.P.E. Bach o el ‘Bach de Hamburgo’, decidió consagrar su vida a los instrumentos y a las partituras.


En 1738, cuando tenía 24 años y ya había desplegado su creatividad en algunas obras tempranas, comenzó su labor como clavecinista de la corte de Berlín, al servicio de Federico ‘el Grande’ de Prusia. Ejerció esta actividad durante cerca de tres décadas, tiempo en el que compuso muchas sinfonías, expandió su repertorio de cámara y, sobre todo, creó numerosas obras para teclado.


Uno de los retos más relevantes que asumió C.F.E. Bach fue cuando, en 1768, reemplazó a su padrino Telemann en el cargo de director musical de Hamburgo (de ahí que se le conozca como el ‘Bach de Hamburgo’), lo que le implicó abandonar Berlín. Este nuevo aire impulsó su creatividad y en los años de ejercicio directivo compuso oratorios, cantatas y sinfonías que empezaron a estructurar las bases para la consolidación del naciente estilo del clasicismo, que brilló con Joseph Haydn (1732 – 1809), Wolfgang Amadeus Mozart (1756 1791) y Ludwig van Beethoven (1770 – 1827).


Además de ser un compositor disciplinado con más de 400 creaciones musicales, C.F.E. Bach fue teórico y docente, y su “Ensayo sobre el verdadero arte de tocar instrumentos de teclado” (1753-1762) ha sido de permanente consulta desde el siglo XVIII hasta nuestros días. En sus sinfonías trató de desmarcarse de su padre y en lugar de optar por el enfoque intelectual y estructurado se inclinó por transmitir sentimientos, como se evidencia en su “Sinfonía en re menor, H. 663 (Wq. 183/3)”, que hace parte del programa de hoy.

 

Por: Juan Carlos Piedrahíta Betancourt


Antonio Salieri siempre estuvo motivado por una frase que, incluso, aplicó en una de sus creaciones más destacadas: “Primero la música, después las palabras”. Bajo esa premisa el compositor nacido en Legnago, al sur de Verona, en la República de Venecia, que pasó su vida adulta y su carrera como súbdito de la monarquía de los Habsburgo, en Viena, estructuró su actividad artística en la que fue determinante para el desarrollo del canto lírico y del teatro.


Los compositores Florian Leopold Gassmann (1729 – 1774) y Christoph Willibald Gluck (1714 – 1787) fueron maestros para Salieri. Con ellos aprendió una gran cantidad de secretos de la música, pero también le ayudaron a establecer prioridades a la hora de emprender proyectos como grandes montajes o imponentes propuestas teatrales para ópera en París, Roma y Venecia.


Además de su labor artística, Antonio Salieri fue un consagrado docente y muchos de sus alumnos marcaron el rumbo de la música en las distintas escuelas del estilo del Clasicismo.


Nombres como Franz Liszt (1811 – 1886), Franz Schubert (1797 – 1828), Ludwig van Beethoven (1770 – 1827), Anton Eberl (1765 – 1807), Johann Nepomuk Hummel (1778 – 1837) y Franz Xaver Wolfgang Mozart (1791 – 1844) —así es, el hijo menor de Mozart con quien se supone que Salieri tenía una inmensa rivalidad— figuran como discípulos de este compositor.


Óperas, como “Armida” y “La fiera di Venezia”; y música vocal de corte sacro, coparon buena parte de la inspiración de Antonio Salieri, quien también compuso algunas obras instrumentales, incluidas tres sinfonías. Una de las de mayor recordación es “Sinfonía Veneciana”, que hace parte del programa de hoy.


Cuando Antonio Salieri tenía 28 años, en 1778, escribió la obertura de su ópera “La Scuola Di Gelosi”, que dio origen a la “Sinfonía Veneciana”, en la que confluyen elementos del BarrocodeItaliayalgunasestructurasquecaracterizaron el surgimiento del estilo del Clasicismo en Viena.

 


Por: Ellie Anne Duque


Desde 1761 y hasta 1791, la actividad profesional de Haydn se circunscribió a Eszterháza, Eisenstadt y Viena, según las estadías previstas por los príncipes de Esterházy, sus patronos. A lo largo de su vida trabajó intensa y fructíferamente para cuatro generaciones de príncipes. Pero pese a las restricciones contractuales de exclusividad con los Esterházy, la obra de Haydn se diseminó rápidamente por Europa. Sus sinfonías eran codiciadas por las sociedades de conciertos y muchas aparecieron en ediciones piratas en lo que hoy es Austria, Alemania, Francia e Inglaterra. A partir de 1791 se retiró del servicio de la corte y recibió una suma decorosa de dinero, a manera de pensión y aunque retuvo el cargo de maestro de capilla de los Esterhazy en Viena, obtuvo la libertad necesaria para realizar giras de concierto por el continente e Inglaterra.


Así fue como el empresario y violinista de origen alemán, Johann Peter Salomon, vio llegar por fin la ocasión de llevar a Haydn a Londres, a donde se le había invitado insistentemente y en donde su obra era públicamente admirada y aclamada. Sin dubitar, Salomón y Haydn acordaron hacer una primera gira a la capital inglesa en 1791, ocasión para la cual el compositor prepararía seis sinfonías, una ópera y 20 composiciones varias para conjuntos de cámara; también participaría en los conciertos como intérprete de sus propias obras.


Esta primera estadía de Haydn en Londres se reseñó ampliamente, no solo en la prensa de época, sino en la correspondencia del compositor y sus jugosas notas de viaje. Fue reconocido como figura artística internacional, aplaudido por la realeza y aristocracia británicas y declarado como el mejor compositor de su época. La Universidad de Oxford le honró con un merecido doctorado honorífico. Haydn realizó una segunda visita a Londres entre 1794 y1795 y para la ocasión, preparó, entre otras obras, seis sinfonías adicionales de la 99 a la 104, su última sinfonía.


La “Sinfonía No. 101 fue presentada en Londres el 3 de marzo de 1794 y reseñada con entusiasmo como otro logro sublime y maravilloso de su autor. Al igual que las otras once sinfonías “Londres”, fueron presentadas en los Salones Hannover con una orquesta de unos 40 músicos (numerosa para la época) con el propio Haydn dirigiendo desde un fortepiano.


Luego de una introducción lenta, el primer movimiento exhibe una gran energía y grandes proporciones. Es de destacar el desarrollo extenso y activo de los temas principales. El ‘Andante’ ofrece un contraste significativo, si bien no es de espíritu lírico. El ritmo preciso y mecánico del mismo, fue equiparado al tictoc de un reloj y de allí a que la sinfonía toda se denomine “El reloj”.


El tema del reloj alterna con un par de variaciones hasta que cesa su cuerda… El minué, con su respectivo trío, no es propiamente una danza sencilla o decorativa. Hay una sección en tonalidad menor, con un ‘fugato’ que si bien no complica la audición de la obra, ciertamente indica que el minué para Haydn era una formalidad, lejos de la popular danza del siglo XVIII. El final es imaginativo y muy activo. Haydn emplea una ingeniosa simbiosis entre la forma sonata y el rondo y así el número de repeticiones de los temas centrales se intensifica para mayor claridad y las secciones de desarrollo se destacan aún más.


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Notas cortesía de la Orquesta Filarmónica de Bogotá