Calle 42 No. 15-52, Bogotá
Entrada libre.
La Casa Museo Jorge Eliécer Gaitán de la Universidad Nacional de Colombia se encuentra actualmente en un proceso de renovación museográfica. Por este motivo la Casa Museo se encuentra cerrada al público hasta nueva orden.
Contacto: casagaitan@unal.edu.co
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CASA MUSEO JORGE ELIÉCER GAITÁN
La Casa Museo Jorge Eliécer Gaitán, administrada desde el año 2005 por la Universidad Nacional de Colombia, es un espacio de carácter académico, dedicado al conocimiento, investigación y divulgación de la historia contemporánea de Colombia teniendo como referente la vida y el legado de Jorge Eliécer Gaitán Ayala. La Casa Museo consta de dos plantas en las que se encuentra distribuido parte del mobiliario original de la vivienda del caudillo liberal, algunos muebles que hacían parte de su oficina del edificio Agustín Nieto y varios objetos representativos de su vida académica, política y familiar. La Colección de la Casa Museo está configurada por los objetos que hacían parte de la vivienda y la oficina de Jorge Eliecer Gaitán, los libros de su biblioteca personal y diferentes objetos y documentos de carácter conmemorativo.
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Exposición virtual Preámbulo para una justa memoria
[Acceder aquí]Asumiendo honestamente la preocupación pública o, más bien, la perplejidad con la que Paul Ricoeur abre La memoria, la historia y el olvido («me quedo perplejo por el inquietante espectáculo que dan el exceso de memoria aquí, el exceso de olvido allá, por no hablar de la influencia de las conmemoraciones y de los abusos de la memoria –y de olvido–; en este sentido, la idea de una política de la justa memoria es uno de mis temas cívicos reconocidos»), Preámbulo para una justa memoria se dispone deliberadamente de manera genealógica: se trata ni más ni menos que de un análisis crítico dirigido exclusivamente hacia el objeto de memoria, hacia el recuerdo que se tiene ante la mente. En este caso, un análisis dirigido hacia los objetos de memoria que configuran la colección de la Casa Museo Jorge Eliécer Gaitán; hacia esos objetos, mejor dicho, que fueron de Jorge Eliécer Gaitán y de su familia.
En ese sentido, Preámbulo para una justa memoria es también una suerte de fenomenología del extravío: que muy pocos de esos objetos hayan llegado a las manos del heredero al que habían sido destinados implica no solo la violencia que desvió ese destino sino también la extrema necesidad de disponer tales objetos en cuanto gérmenes de una experiencia histórica que busca su horizonte crítico, su memorabilidad, más allá de su obvia ocasión sentimental y anacrónica.
Efemérides
Un 23 de enero
Con frecuencia son las madres de los grandes líderes populares quienes les inculcan esa honda e inequívoca certidumbre de seres predestinados al servicio de una causa colectiva.
Desde que sus hijos están pequeñitos ellas reciben el “mensaje”. Unas veces del Ángel San Gabriel, otras, de voces interiores que les dicen que tienen como destino vital criar a quien salvará a su pueblo.
Un 23 de enero
Con frecuencia son las madres de los grandes lideres populares quienes les inculcan esa honda e inequívoca certidumbre de seres predestinados al servicio de una causa colectiva.
Desde que sus hijos están pequeñitos ellas reciben el “mensaje”. Unas veces del Ángel San Gabriel, otras, de voces interiores que les dicen que tienen como destino vital criar a quien salvará a su pueblo. Eso puede explicar el por qué –como lo señala Miguel Urrutia en su estudio sobre el sindicalismo en Colombia– la mayoría de los lideres sindicales en Colombia son hijos de maestras de escuela. Estas, cuando son pedagogas de verdad –como era el caso de mi abuela– buscan formar seres con sentido social y proyecciones colectivas. Más aún cuando se trata de sus hijos y con mayor razón tratándose de Jorgito, como siempre le dijo a Jorge Eliécer Gaitán doña Manuelita Ayala Beltrán, madre de siete hijos más, uno de su primer matrimonio con don Domingo Forero, hombre a quien adoró, y seis de don Eliécer Gaitán Otálora, librero, a quien esposó tras enviudar cuando era aún muy joven. Al primero de los hijos de este, que nació el 26 de enero de 1898 y murió de pocos meses, lo llamaron Jorge Eliécer, razón por la cual cuando nació el segundo de los hijos lo bautizaron con el mismo nombre, lo que ha hecho creer a mucha gente que mi padre nació en ese año y no el 23 de enero de 1903, como realmente sucedió.
[Gloria Gaitán Jaramillo, Bolívar tuvo un caballo blanco, mi papá un Buick. Bogotá: Ediciones Proa, 1998, p. 53].
Gaitán nació en Bogotá en 1903. Nació en el barrio Las Cruces, al oriente, desde donde se divisa toda la sabana y en los días despejados se ven imponentes los tres nevados de la cordillera central de los Andes. El barrio Las Cruces, en ese entonces, era uno de los más tradicionales de la ciudad; incluso hay quienes afirman que fue allí y no en el Chorro de Quevedo donde los españoles de la Conquista erigieron doce chozas de paja, oficiaron la primera misa y proclamaron esas tierras como suyas. En sus comienzos el barrio fue habitado por trabajadores pobres de los chircales y por indígenas, pero después de la revolución comunera sería poblado por una horda de comerciantes que mercadeaban en la Plaza Central de las Cruces, hoy conocida como Plaza de Bolívar, centro del poder ejecutivo de Colombia: alrededor está el Capitolio, el Palacio de Justicia, la casa presidencial, la Catedral primada y la Alcaldía.
Es muy importante resaltar que nuestro caudillo, el de todos, el que nos mataron, haya nacido en ese preciso lugar. Porque fue justo allí donde empezó el rumor de la revolución en el siglo XIX; sus pobladores desde siempre han tenido enquistadas en los huesos las ideas más radicales del pensamiento liberal. Aún hoy, aunque el barrio sea uno más de los elementos del desastre, como todo el país sin Gaitán, sigue siendo un barrio libertario. Gaitán fue niño en Las Cruces, en la calle 1 número 8-24, donde hoy en día funciona un restaurante popular y corriente, y donde campea una esmirriada placa en su honor. Fue hijo de doña Manuela Ayala y Eliécer Gaitán. Su madre era maestra de escuela, su padre era dueño de una librería de viejo, quizá de las más importantes del sector. La ecuación comienza a tener sentido cuando se nombra. Pedagogía más libros más barrio libertario más amigos más muchos hermanos más horizonte de nevados y atardeceres, tendría que dar como resultado un Jorge Eliécer Gaitán. Pero no. Falta la suma de todo su espíritu, ese algo que lo habitaba, el je ne sais quoi o el diablillo o el duende o el ángel, como se prefiera.
[Cristian Valencia, Gaitán vive bajo los puentes. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2021, p. 6].
Gaitán desconcertó a sus contemporáneos. Nacido en 1903 de una familia de la clase media baja con aspiraciones burguesas, asaltó los baluartes de la sociedad bogotana a fuerza de ser impredecible e inconocible. Este hombre de tez oscura con el inolvidable pasado indígena de la nación trazado en su rostro, no coexistía fácilmente con los convivialistas, quienes se ufanaban de su ancestro hispánico. Se entendía con ellos cuando a puerta cerrada empleaba sus mismas frases pulidas; los vituperaba por sus compromisos en la plaza pública, usando el lenguaje del pueblo en su vitriólica oratoria. Ni exponente de las tradiciones políticas de las élites, ni hombre del pueblo, no encajaba en los refinados comportamientos de la clase alta, dentro de la cual se abrió paso, ni en la vida oscura del pueblo que a toda costa quería dejar atrás.
Sin embargo, Gaitán fue un pensador y un político de notable consistencia. Las confusiones que creaba no procedían de contradicciones internas ni de flaquezas de su carácter. Surgían porque sus ideas y sus políticas eran un continuo experimento a través de un viaje no navegado entre los políticos y el pueblo. En su propia transición como parte de un pueblo menospreciado hacia una posición de respeto y de mando, colmó la brecha que separaba a los jefes de sus seguidores. Gaitán representa el paso histórico de su sociedad de un orden netamente dividido entre unos cuantos y una masa amorfa, a otro de proporciones burguesas definido por los logros y los méritos del individuo.
[Herbert Braun, Mataron a Gaitán. Bogotá: Aguilar, 2008, p. 73].
Un 7 de febrero
ORACIÓN POR LA PAZ
Excelentísimo señor Presidente de la República, doctor Mariano Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra excelencia sabiendo que interpreto el querer y la voluntad de esta inmensa multitud, que cobija su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo este silencio clamoroso, para pedir que haya piedad y tranquilidad para la patria.
Un 7 de febrero
ORACIÓN POR LA PAZ
Excelentísimo señor Presidente de la República, doctor Mariano Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra excelencia sabiendo que interpreto el querer y la voluntad de esta inmensa multitud, que cobija su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo este silencio clamoroso, para pedir que haya piedad y tranquilidad para la patria.
En todo el día de hoy, excelentísimo señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que llegaron de todo el país, de todas las latitudes –los llanos ardientes y las frías altiplanicies, como las de esta capital– han venido a congregarse en esta plaza, cuna de nuestra libertad y de nuestra historia, para expresar su irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que ellos desembocan en esta plaza y no hay sin embargo un solo grito, porque en el fondo de sus corazones se agolpa la emoción; pero como en las tempestades violentas la fuerza subterránea es mucho más poderosa y ésta sabe que tiene el poder de imponer la paz cuando los obligados a imponerla no la imponen.
Señor Presidente: aquí no hay aplausos sino millares de banderas negras que se agitan. Excelentísimo señor: sois un hombre de universidad y por lo tanto os debe llamar la atención este hecho sin precedentes en la historia de Colombia.
Señor Presidente: aquí están presentes todos los hombres que han desfilado y demuestran una fuerza y un poderío no igualados y, sin embargo, no hay un solo grito. Aquí hay una contradicción a las leyes de la psicología popular. Un pueblo que es capaz de contrariar las leyes de la psicología colectiva es un pueblo que os demuestra que tiene un espíritu de disciplina capaz de superar todos los obstáculos. Ningún partido en el mundo ha dado una demostración como ésta. Pero si esta manifestación sucede es porque hay algo grave y no por triviales razones. Y esto obliga a los hombres universitarios a escucharla y oírla. Somos la mejor fuerza de paz en Colombia. Somos los sustentáculos de la paz en Colombia, y mientras en las veredas y en los municipios fuerzas minoritarias se lanzan al ataque, aquí están las grandes mayorías obedeciendo una consigna. Pero estas masas que así se reprimen también obedecerían la voz de mando que les dijera: ejerced la legítima defensa.
Dos horas ha gastado esta gente entrando a esta plaza para colmarla. El comercio ha cerrado sus puertas y le debemos gratitud por este noble gesto.
Porque somos fuertes somos serenos. Esta es la significación más exacta de que con nosotros no puede abusarse. Hay un partido de orden capaz de realizar estas manifestaciones para evitar que la sangre se derrame y para que las leyes se cumplan, porque son la expresión de la conciencia colectiva. Yo quisiera que todo el país contemplara este espectáculo. No me he engañado cuando he dicho mi concepto sobre la conciencia popular, ampliamente ratificada en esta manifestación, donde los aplausos desaparecen y sólo se oye el rumor emocionado de los millares de banderas negras que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres tan villanamente asesinados.
Señor Presidente: serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los hombres que llenan esta plaza, con esa emoción profunda os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, en favor de la tranquilidad pública. Todo depende de vos; sabemos que quienes anegan en sangre este país cesarían en su pérfida siega. Esos espíritus de mal corazón cesarían al simple imperio de vuestra voluntad.
Amamos hondamente a esta patria nuestra y no queremos que nuestra nave victoriosa navegue sobre ríos de sangre.
Señor Presidente: no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no siga por caminos que nos avergüenzan ante propios y extraños. ¡Os pedimos tesis de piedad y de civilización!
Señor Presidente: os pedimos cosa sencilla para la cual están de más los discursos. Os pedimos que cese la persecución de las autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Pedimos pequeña cosa y gran cosa: que las luchas políticas se desarrollen por cauces de constitucionalidad. Os pedimos que no creáis que nuestra tranquilidad, esta impresionante tranquilidad, es cobardía. Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes: somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. Pero somos capaces, señor Presidente, de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad y la paz y la libertad de Colombia.
Impedid, señor Presidente, la violencia. Sólo os pedimos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo. En vez de esta ola de barbarie, podéis aprovechar nuestra capacidad laborante para beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: esta enlutada muchedumbre, estas banderas negras, este silencio de masas, este grito mudo de corazones, os pide una cosa muy sencilla: que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como querríais que os tratasen a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos, a vuestros bienes.
Os decimos, excelentísimo señor Presidente: bienaventurados los que no ocultan la crueldad de su corazón, los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar los sentimientos de rencor y exterminio. Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad contra los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia”.
[Jorge Eliécer Gaitán, 7 de febrero de 1948, Manifestación del Silencio]
El sábado 7 de febrero de 1948 el pueblo se moviliza desde sus hogares hacia el lugar de la concentración que dará inicio al largo desfile de la Manifestación del Silencio, convocada por Jorge Eliécer Gaitán. La cita es a las dos de la tarde en la Plaza de San Diego, y hacia allí se dirigen en buses, tranvías, camiones, furgones y zorras los que vienen de los suburbios y de barrios tan apartados como Las Ferias, Siete de Agosto, San Fernando, Puente Aranda, San Cristóbal, Veinte de Julio, Ricaurte, Santander, Tejada, Palermo y Chapinero. Otros llegan caminando desde el Paseo Bolívar, Germania, Belén, Egipto, El Guavio, La Candelaria, La Perseverancia, Las Nieves, Las Cruces, Teusaquillo y otros barrios cercanos. Muchos han viajado en flotas, trenes y camiones desde poblaciones periféricas como Soacha, Bosa, Chía, Usaquén, Fontibón, y desde lejanos pueblos y ciudades de provincia. A las tres de la tarde, bajo un sol agobiante que castiga sus rostros, unas ochenta mil personas, entre hombres y mujeres, dan comienzo al desfile por la carrera Séptima. Los hombres se han descubierto la cabeza y llevan sus sombreros en la mano. La multitud viste ropas oscuras y agita en las manos banderines negros y rojos. Marchan de luto por el país que sangra a causa de la violencia que se ha desatado en Boyacá, Santander, Cundinamarca, Antioquia, Tolima y otros departamentos, ocasionando miles de victimas y obligando a miles de campesinos a dejar sus viviendas, ganados y cosechas abandonados y a huir por los azarosos caminos del éxodo en caravanas asoladas por el dolor y la miseria. Esta violencia es la que Gaitán y el pueblo liberal van a denunciar con la marcha y su concentración en la Plaza de Bolívar, sin abrir la boca para decir una palabra, sin consignas ni gritos, solo el rizar de los banderines contra el viento en las manos de los manifestantes. Son manos de albañiles, tenderos, mecánicos, choferes, carpinteros, zapateros, empleados y amas de casa mezcladas con las de jóvenes estudiantes, maestros, intelectuales, universitarios y profesionales, pero la inmensa mayoría son las manos de los más pobres, los iletrados, los aporreados, los menesterosos, los indigentes, los desamparados, los desocupados, la plebe, el vulgo, la guacherna, o, para mejor decir, la chusma, como llaman los poderosos a la gran masa de desposeídos liberales y conservadores que tienen sus esperanzas de redención puestas en el caudillo.
[Miguel Torres, El crimen del siglo. Bogotá: Editorial Planeta Colombiana, 2019, p. 113].
Gaitán invirtió cuidadosamente la liturgia de la plaza pública. Sus palabras fueron escasas y sombrías. Habló unos cincuenta minutos, escogiendo cada palabra con el mayor cuidado. La multitud se convirtió en participante activo de la demostración, profiriendo en silencio su voz colectiva. El discurso estaba impregnado de lenguaje peligroso. No les habló a los convivialistas por intermedio de la muchedumbre. En cambio, la muchedumbre les habló a los políticos a través de él.
En ese momento Gaitán poseía un poder inmenso. Habría podido ordenarle a la multitud que rodeara todos los edificios públicos de la ciudad, o incluso que atacara al Palacio Presidencial a sólo tres cuadras de distancia. O habría podido ordenarle permanecer en la plaza hasta que el régimen conservador atendiera al llamado de paz. Ni la policía ni el ejército hubiera podido hacer mayor cosa. En cambio, demostró una vez más su respeto por la ley e hizo lo más potente y más desconcertante de todo: le ordenó regresar a sus hogares.
[Herbert Braun, Mataron a Gaitán. Bogotá: Aguilar, 2008, p. 252].
La situación a principios de 1948 había llegado a extremos tales que Gaitán, como Jefe Único del Partido Liberal, divulga su llamado “Mensaje Liberal”: Siempre he proclamado la necesidad imperiosa, que ahora se acentúa, de que el liberalismo se organice para hacer uso de la legítima defensa y para resistir a la agresión, pues solo el pueblo tiene en sus manos los medios adecuados para hacer y buscar sus derechos y que sean respetados” (Periódico Jornada, febrero 12 de 1948).
Al hablar de los pueblos que, aparentemente, sufren la explotación y la humillación sin reaccionar, reflexiona: “Parece que ciertos hombres y ciertas multitudes no reaccionaran ante las ofensas, ante la conculcación de sus derechos y que, por lo tanto, no es el caso de temérseles porque permanecen tranquilos. Pero hay pueblos que sufren la ofensa y la acumulan hasta que un día estallan en forma huracanada y terrible. Fijáos, señores, que las grandes revoluciones han sido realizadas por las masas que parecían más conformes con el estado ambiental”.
Reitera su advertencia en muchas otras ocasiones, no como amenaza, sino como previsión de lo que habría de ocurrir: “Si no queréis, señores de la casta gobernante, ceder ante el justo clamor de las masas, seguid encareciendo la vida, descuidando al hombre y su educación, negando el reparto de la tierra que exigen los campesinos y negando las garantías sociales a que tienen derecho los trabajadores. Arrojad empleados a la calle, disminuidles el sueldo a los que quedan; seguid por ese camino, pero no os extrañéis que la revolución venga en una forma turbulenta, dispuesta a castigar a quienes explotan y humillan al pueblo” (Debate en la Cámara sobre “El problema social”, 1932).
Al decir Gaitán, en su oración pronunciada en la que se llamó la Manifestación del Silencio, que el pueblo reunido en silencio no es solamente capaz de controlar la emoción sino capaz de entregar su vida para salvar la paz y la libertad, está hablando de la reciedumbre de carácter, de la firmeza en el temperamento y de la fuerza de voluntad, por medio, ante todo, de la razón y el control de las emociones.
[Gloria Gaitán Jaramillo, Bolívar tuvo un caballo blanco, mi papá un Buick. Bogotá: Ediciones Proa, 1998, p. 384].
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