- Marzo 10 a mayo 08 de 2009
- Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia.
Cómo llegar
Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia
- Avenida Carrera 30 # 45‑03 Ed. 317 - Bogotá, D.C., Colombia.
- Entrada vehicular: carrera 37 # 52-80.
ACTOS DEL HABLA
Clemencia Echeverri
El lenguaje performativo, es una preocupación constante en el trabajo de Clemencia. El lenguaje que a ella le interesa, es aquel que no sirve para decir, para contar, para describir, para teorizar, sino en cambio aquel lenguaje que opera, que hace hablando. Un habla sin voz. Y esto es porque su obra está centrada en recoger el acontecimiento.
El acontecimiento se resiste a ser hablado. Se resiste al saber, a la certeza. Se resiste al hacer saber, como lo diría Derrida. Se desenvuelve en el secreto, en la promesa –que es el elemento mismo del lenguaje–, y es siempre la posibilidad de una imposibilidad. No podemos dominarlo conscientemente, y por tanto no podemos decirlo.
¿Cómo es que este lenguaje para el silencio opera?
Esta es tal vez la pregunta que una y otra vez se hace la artista. Lo que encontramos en estas obras que se presentan en esta exhibición “Actos del habla”, es muy cercano a la experiencia del rito en el lenguaje, y así me he referido a sus obras. Esta operación del lenguaje tiene que ver con el cuerpo, con el gesto, con la repetición.”
María Belén Sáez de Ibarra, Curadora.
OBRAS:
Treno (2007)
Instalación de video y sonido, seis proyecciones frente a frente, sonido dolby 5:1, formato 4:3.
Voz/Resonancias de la prisión (2006)
16 estaciones sonoras interactivas por sensores de movimiento. Diseño sonoro en Max / 3 Video-proyecciones espaciales.
Voz/net (2005-2008)
Video-proyección espacial, estación sonora, Cd-Rom interactivo.
Apetitos de familia (1998)
Video monocanal, duración 8′, formato 4:3, sonido estéreo.
Luego de cursar estudios básicos y de tener contacto con el arte desde muy temprana edad, inició su formación profesional con el programa de Comunicación Visual en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, obteniendo el correspondiente título en 1974. Seguidamente realizó estudios de Pregrado en Artes Plásticas y Visuales en la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia, obteniendo el título de Maestro en Artes Plásticas en 1983. En ese momento su dedicación se centraba en problemas de la pintura y la escultura urbana, e iniciaba su carrera como docente en la Facultad de Artes de la Universidad de Antióquia (Medellín), desde 1981 hasta el año 1991.
En el año 1983 viajó a la Universidad de Newcastle (Inglaterra) para realizar una Maestría en Pintura, pero por problemas económicos debió interrumpirla luego de un año de estudios. En 1984 y durante un año, se desempeñó como Subdirectora del Museo de Arte Moderno de Medellín, sin abandonar sus actividades como docente.
En el año 1992 se trasladó a la ciudad de Bogotá como docente de tiempo completo en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia. En 1994 en comisión de estudios, ingresó al programa de Master en Fine Arts en Chelsea College of Arts, (Londres)obteniendo el título de Magister. Seguidamente en 1995 realizó una Especialización en Teoría e Historia del Arte Contemporáneo en la misma Universidad.
A su regreso a Colombia, inició un proceso de trabajo influenciado por las difíciles condiciones políticas y sociales dominantes en la vida cotidiana. Es asi como a partir de la memoria sonora y de la imagen en movimiento, emprendió proyectos de instalación multicanal y de interactividad a partir de estructuras múltiples, para generar un lugar de confluencia entre el artista y el visitante. En el año 2000 y con otros docentes de la Universidad Nacional de Colombia, implementamos el programa de Maestría en Artes Plásticas y Visuales, actualmente de gran prestigio e importancia para el medio artístico. Al interior de la Universidad este programa ha sido eje para el espacio de la creación e investigación artística de los docentes.
En estos últimos dieciséis años de dedicación docente en la Universidad Nacional de Colombia, ha trabajado en gran sintonía y respaldo recibiendo apoyos a proyectos de creación arística y de investigación. De manera paralela ha recibido apoyos en becas de creación de importantes instituciones como la Fundación Daniel Langlois de Canada y el Arts Council de Londres.
[…]
Toda esta muchedumbre que ves es una pobre gente sin sepultura; aquél, el barquero Caronte; éstos, a los que lleva el agua, los sepultados. Que no se permite cruzar las orillas horrendas y las roncas corrientes sino a aquel cuyos huesos descansan debidamente. Vagan cien años y dan vueltas alrededor de estas playas;Sólo entonces se les admite y llegan a ver las ansiadas aguas.»
La Eneida, Virgilio.
Treno (canto fúnebre) es la puesta en presencia del acontecimiento de la muerte. Clemencia para colocarnos en presencia de este acontecimiento utiliza metáforas fuertemente arraigadas en la cultura occidental de la muerte: la muerte como frontera, como límite de la verdad; y el río en sí mismo como canal de paso hacia el otro lado de ese límite.
Estas dos metáforas están cargadas de significado cultural siendo referencia reiterada en la historia de nuestra relación con los ritos del luto y con la historia del pensamiento sobre la existencia y sobre la muerte desde la reflexión filosófica y religiosa más antigua.
El estruendoso ruido del correr de las aguas de un caudaloso río en las sombras de la noche y la instalación de tres pantallas de gran formato a cada lado opuesto de la sala, con las imágenes del torrente que anegan el espacio expositivo, nos sumergen en su caudal y nos ubican en medio de los extremos de sus orillas, en la frontera.
En la mitología griega aparecen varias referencias al río como el único paso de comunicación con el inframundo. En La Eneida de Virgilio, se relata extensamente el transitar de los muertos por el acaudalado río Aqueronte y sus riveras, guiados al otro lado de su orilla por Caronte, el anciano barquero, que tomaba la moneda que había sido dejada debajo de sus lenguas. Dante en La Divina Comedia hace uso de esta misma narración en el tercer Canto del Infierno. Estas imágenes han sido recreadas en la historia del arte sobre todo en la pintura hasta entrado el siglo veinte, permeando incluso la iconografía religiosa cristiana y a sus templos.
* * *
“El sujeto es un anfitrión que debe acoger lo infinito más allá de su capacidad de acogida.”
Lévinas.
En Treno el eco de un llamado viaja de una orilla a otra. “La instalación dispone dos orillas, no podemos cruzar, no podemos atravesar al otro lado”; “las voces llaman de un lado al otro”, explica Clemencia.
¿Es posible cruzar esa frontera, atravesar esa orilla que es el paso hacia la no-existencia?
En medio del río, en la percepción de sus orillas, de su límite, sin un criterio de conocimiento sobre lo que hay del otro lado, sin saber incluso si es posible ese otro lugar: la posibilidad de lo imposible, el paso en la muerte al no estar.
Las voces llaman en medio del estruendo. La lengua de un rito fúnebre está operando en ese instante para ponernos en presencia del acto del duelo. Tal vez el duelo es un acto de acogida del otro en mí, es un encuentro. Para ese encuentro nos anteponemos al porvenir de nuestra propia muerte que nos acerca a la orilla, la frontera en donde esperamos ese encuentro que quizás vaya a darse. Que quizás se esté dando. Que quizás vuelva a repetirse. En la frontera esperamos un encuentro con nuestra propia muerte, un encuentro en la llegada de mí mismo.
Otra imagen viene con la metáfora cultural de la frontera de este río: Orfeo, el único mortal vivo que logra cruzar la muerte en la barca de Caronte para traer a este lado a Eurídice, su amor. En el camino de regreso la pierde una vez más. “Che faro senza Euridice”, suena hoy el aria de C.W. Gluck. Este encuentro –en el amor, en la muerte– está marcado por el contratiempo, no hay sincronía en la partida y la llegada.
Habría que invocar aquí las reflexiones de Jacques Derrida alrededor de ‘la hospitalidad’, que vendrán a ser esenciales para pensar sobre el acontecimiento de la muerte y de algunos otros acontecimientos cruciales para la comprensión de la existencia, de los que se ocupa en sus numerosos textos y conferencias: el amor, la amistad, el perdón, el don, el testimonio. Todos íntimamente relacionados entre sí. El encuentro en estos acontecimientos es el imposible mismo.
«El acontecimiento no solo es lo que ocurre, sino la llegada, el arribante […] Que no debe ser solamente un huésped invitado que estoy preparado para acoger, que tengo la capacidad de acoger […] Donde la venida del otro me excede, parece más grande que mi casa, va a poner el desorden en mi casa […] Su venida inopinada, imprevisible […] Para el cual no hay horizonte de espera […] La llegada del arribante cae sobre mí. Insisto en la verticalidad de la cosa, porque la sorpresa no podrá venir más de lo alto.
[…]
El decir queda desarmado, absolutamente desarmado por esa imposibilidad misma, desamparado ante la venida siempre única, excepcional, imprevisible del otro, del acontecimiento como otro […] El arribante no constituirá acontecimiento sino allí donde yo no soy capaz de acogerlo, donde lo acojo precisamente allí donde no soy capaz de ello.
[…]
No se puede mantener el discurso que mantengo sobre la verticalidad, sobre la arribancia (arrivance: acción de llegar, de venida inmediata, de ocurrir algo) absoluta sin que ya el acto de fe haya comenzado. Sin cierto espacio de fe sin saber, más allá del saber.» Jacques Derrida, Cierta posibilidad imposible de decir el acontecimiento.
El amor, la muerte, la hospitalidad, el don, el perdón, el testimonio solo es posible allí donde aparecen imposibles. La categoría del quizás, que Nietzsche anunciara para la filosofía del mañana.
En la frontera se haya el silencio en el encuentro con la finitud-infinitud del hombre. El silencio desarmado en la llegada impredecible de todo acontecimiento que desgarra la trama de lo que es posible y de lo que yo mismo puedo. El secreto de una promesa que como tal está atravesada por el quizás -la posibilidad de una imposibilidad-.
La condición indecible del acontecimiento en el lenguaje es una preocupación constante en la obra de Clemencia, que instala en escena a través de estas metáforas, que como es el caso de Treno, nos ponen en situación de un rito sustituto, casi inventado por ella, pleno de significado cultural.
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«Solo si no soy siempre y únicamente en acto, sino que soy asignado a un posibilidad y a una potencia, sólo si en lo vivido y comprendido por mí están en juego en cada momento la propia vida y la propia comprensión –es decir si hay, en este sentido, pensamiento– una forma de vida puede devenir, en su propia facticidad y coseidad, forma-de-vida, en la que no es posible aislar algo como una nuda vida.»
Agamben, Medios sin fin. Notas sobre la política.
«Puesto que la potencia del pensamiento humano no puede ser integra y simultáneamente actualizada por un solo hombre o por una sola comunidad particular, es necesario que haya en el género humano una multitud a través de la cual pueda actualizarse toda la potencia… La tarea del género humano, considerado en su totalidad, es la de actualizar incesantemente toda la potencia del intelecto posible, en primer lugar en vista de la contemplación y, consiguientemente, en vista del actuar (I, 3-4).»
Dante, De monarchia; citado por Agamben.
Sigue corriendo el agua en Treno. El río se pone rojo –en nuestra imaginería rastros de violencia de la brutalidad de una guerra a la que asistimos en donde sabemos que los muertos se echan a los ríos, en este caso al río Cauca en Colombia, de donde proceden estos registros. Tiene 1350 km de extensión y un hondo calado que atraviesa Los Andes hasta el río Magdalena que vomita sus aguas en el mar Caribe. Cientos y cientos de muertos arrojados con pesas para que se hundan en la corriente de este río y de tantos otros en el mundo en este mismo instante–. Diríase el mítico río Aqueronte narrado en el siglo I a.C.
Aparece en la corriente un ropaje –indicio de un cuerpo que vistió– que un testigo recoge como quien recupera un cuerpo sin vida para su rito fúnebre, para su duelo.
Todas las sociedades han tenido la necesidad de realizar ceremonias de enterramiento y de luto. Es tan transcendental la vivencia de la muerte en la cultura, que esencialmente ello es lo que la define. La forma de tramitar la muerte y su acontecimiento, a priori implica un concepto de la existencia, de la forma-de-la-vida. Es en este punto en donde la muerte, su tratamiento, se concibe como político. Porque lo que está en juego es la vida, o más bien, el cómo de la vida.
La vida y su forma no pueden estar escindidas. Este debate es el centro de la política hoy.
Estos desechos, estos cuerpos sin sepultura, fueron despojados –en vida– de los atributos de lo humano, de su dignidad. De su categoría de seres-en-el-lenguaje, de seres-para-la-muerte, en su categoría de ¡sujeto anfitrión de lo infinito! y por tanto, evidentemente atropellados en la indignidad de su modo de morir, por la inmundicia de la guerra. ¿Es acaso Treno también, y sobre todo, ese rito sustituto para darle sepultura y duelo a los muertos de la barbarie, a la barbarie misma?
Un duelo en la llegada de mi propia muerte, en el encuentro con el otro, radicalmente otro, en mí. Allí donde no puedo acogerlo, en donde excede mi capacidad y donde lo acojo. El duelo en el acontecimiento de perdonar lo imperdonable, allí donde no puedo perdonar. Quizás.
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En Apetitos de familia Clemencia nos coloca igualmente en situación de un rito. Este rito utiliza también metáforas extraídas del acervo cultural de Occidente. Se trata de la matanza de un cerdo. La matanza del cerdo nos remite a las ceremonias narradas en la mitología griega y romana del sacrificio para honrar a Deméter, la diosa de la fertilidad y protectora de los lazos de la unión en el parentesco y en el casamiento.
La primera imagen que sobreviene es la imagen plena de la sangre llenando todo el espacio de la proyección en la base de la tierra. La sangre permeando la tierra es un hecho alegórico del eterno ciclo de la vida y la muerte, el ciclo del renacimiento perpetuo. La naturaleza de la fertilidad. La sucesión de generación en generación; por tanto el vínculo en la fertilidad y en la sangre con los antepasados. Este es un símbolo constitutivo, primario de la cultura. Hace parte de las tradiciones rituales de los pueblos desde la antigüedad, así como las matanzas de los animales y el sacrificio, y es el símbolo central de las ceremonias de la cristiandad. La sangre y el sacrificio en la muerte son elementos de una lengua atávica que se refiere a la creencia en un renacimiento –Cristo mismo en la cruz y la consagración de su sangre–. Es un culto a los antepasados que renueva la promesa de una cohesión solidaria para la vida.
Este rito es realizado en congregación. Esta “fiesta” de la matanza del cerdo pervive en las zonas rurales latinoamericanas y europeas en la actualidad. La familia, como emblema de la unión, de la idea de pueblo, de comunidad, se reúne en torno a esta performancia que se repite cada año.
La sangre, la matanza, el extirpado de las vísceras, la elaboración de los embutidos, las escenas de la congregación familiar y sus expresiones físicas de afecto, que en Apetitos de familia se recrean, hacen parte de la iconografía del bodegón en Occidente. El uso del claroscuro en el tratamiento estético del video vivifica con preciosismo una cercanía emocional con los cuadros de la cotidianidad del hogar, que es en definitiva el lugar del bodegón como representación simbólica. El sonido de los latidos de un corazón que es protagónico en la escena, hace un énfasis en la pulsión vital del momento y en la intimidad de la unión –acaso matricial– que a través de este rito se busca renovar.
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En De doble filo, nuevamente nos enfrentamos al lenguaje performativo operando.
Este lenguaje performativo, ya lo hemos dicho, es una preocupación constante en el trabajo de Clemencia. El lenguaje que a ella le interesa, es aquel que no sirve para decir, para contar, para describir, para teorizar, sino en cambio aquel lenguaje que opera, que hace hablando. Un habla sin voz. Y esto es porque su obra está centrada en recoger el acontecimiento.
El acontecimiento se resiste a ser hablado. Se resiste al saber, a la certeza. Se resiste al hacer saber, como lo diría Derrida. Se desenvuelve en el secreto, en la promesa –que es el elemento mismo del lenguaje–, y es siempre la posibilidad de una imposibilidad. No podemos dominarlo conscientemente, y por tanto no podemos decirlo.
¿Cómo es que este lenguaje para el silencio opera?
Esta es tal vez la pregunta que una y otra vez se hace la artista. Lo que encontramos en estas obras que se presentan en esta exhibición “Actos del habla”, es muy cercano a la experiencia del rito en el lenguaje, y así me he referido a sus obras. Esta operación del lenguaje tiene que ver con el cuerpo, con el gesto, con la repetición.
La repetición es fundamental en el lenguaje. Para que haya lengua es necesario que haya repetición. Esta sería otra contradicción difícil de tramitar desde el conocimiento que tenemos sobre el lenguaje: ¿cómo podemos experimentar el acontecimiento –que es siempre excepcional y distante de toda regla– desde el lenguaje? ¿Existe acaso otra posibilidad de relacionarme con esta experiencia del acontecimiento fuera del lenguaje?
En De doble filo vemos repetir una y otra vez la escritura, literalmente así, que dibuja una casa en la pantalla, luego una y otra vez, esa casa es dibujada en el lodo. Esta escritura se presenta como indicio del paso de una inundación, cuyas aguas residuales van borrando las líneas que habían sido trazadas. Ya vemos el torrente aparecer. Escuchamos la violencia de la naturaleza arrasando. Luego un blanco y el sonido y la imagen de un corte de un filo punzante.
Qué duda cabe, que este sujeto que dibuja con su cuerpo en el lodo está enfrentado al paso de la muerte de otros –suyos–, a la pérdida absoluta del hábitat. Que está ante el desamparo desarmado y desgarrado –como en la pantalla el desgarro del corte filoso– en la imposibilidad de acoger esto que le viene verticalmente de arriba y sin anuncio, que lo deja sin “morada”.
La experiencia a la que estamos accediendo por los indicios de esta performatividad, es una experiencia que no puede ser asimilada desde el entendimiento, desde el saber, desde el conocimiento. Estamos ante una experiencia que es vivida en la lengua del silencio. Es esta escritura la que hace la vivencia. Como en Treno, desde el acto del duelo, siendo en este sentido “actos del habla”.
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Esta puesta en presencia del acontecimiento que busca Clemencia en sus video-instalaciones es posible en su eficacia a través del uso del medio del video que ha venido a ocupar toda la producción de la artista. Y es que en estas puestas en escena con la utilización de la imagen en movimiento y el sonido, cuidadosamente atendidos desde su hondo significado cultural y por tanto de sus efectos en nuestra vida psíquica; ocurre un trabajo del inconsciente –en el sentido psicoanalítico– que obra en el espectador que enfrenta estas obras.
El medio audiovisual (el más cercano al cine sobre todo) es un reto para ser abordado desde un análisis nuevo, incluso para los estudios visuales. Es interesante consultar las reflexiones que sobre el cine ha hecho Derrida –para seguir evocándolo en este pequeño texto–. Traigamos unas citas de una de sus entrevistas, en donde habla sobre el cine (a partir del cinematógrafo) como una fenomenología.
La visión y la percepción del detalle en una película están en relación directa con el procedimiento psicoanalítico. La ampliación no solo agranda el detalle, da acceso a otra escena, una escena heterogénea. La percepción cinematográfica no tiene equivalente, sino que es la única que puede hacer comprender por experiencia lo que es una práctica psicoanalítica: hipnosis, fascinación, identificación, todos estos términos y procedimientos son comunes al cine y al psicoanálisis, y he ahí el signo de un “pensar en conjunto” que parece primordial.
La cercanía emocional del espectador que surge en la vivencia de estos trabajos es la que en realidad permite que se produzcan los efectos de la obra en nosotros; la obra sucede es en el momento de ese encuentro del espectador con sus obsesiones y sus fantasmas. Allí es donde actúa la lengua performativa en la vivencia actual del espectador en situación de rito (por llamarlo así) que le interesa a Clemencia. El espectador crea-acaba las apariciones en la imagen y en el sonido, que regresan a él como un eco (de su memoria y de su inconsciente). “…Apariciones en su memoria, en sus cuerpos, en su deseo (de un modo que ninguna representación puede hacerlo)”. En esta relación que establecemos con la obra, que pende de un retorno del sí mismo, se establece por demás una relación de creencia, casi infantil, total, en lo que allí está sucediendo, en lo que “vemos”.
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En Voz/Net, Clemencia ha separado las voces de los cuerpos que alguna vez las pronunciaron. En esta obra que proviene de Voz, una instalación in situ en el Museo Nacional de Colombia que en el pasado fuera una penitenciaria, se recogen fragmentos, frases de conversaciones y monólogos de colombianos presos en cárceles de Inglaterra y Colombia. Estas voces ya no pertenecen a nadie. Están desprovistas de su carácter de entrevistas, de testimonios, de confesiones, de apertura del “sí mismo” de los presos. En las amplias y solitarias galerías de aquel museo duplicadas como en un espejo por una proyección al fondo de las mismas galerías, se activaban tenuemente estas voces al paso del calor del cuerpo de los visitantes.
Voz/Net conserva esa condición espectral de las voces. Unas voces que regresan, en un retorno como viaja el eco, que es solo un fragmento, una última palabra o una última frase. Como Eco la ninfa condenada a no poder hablar sino a repetir los finales de lo que escuchaba de los otros. La computadora y los enlaces electrónicos son en sí mismos un medio que fantasmagoriza la relación con las voces. Ajenas a cualquier entidad, salvo el propio sonido de la voz, viajan en ese lugar oscuro que no está situado en ninguna parte. Son estas voces como el “Yo” mismo del psicoanálisis que es una cripta encerrada en los pliegues de una corteza.
María Belén Sáez de Ibarra / Curadora.