LA COLECCIÓN PIZANO DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA.
La Colección
La Colección Pizano, materialmente, es un conjunto de 242 réplicas de esculturas originales pertenecientes a los Museos Británico y Louvre, moldeadas y vaciadas en yeso; y de 1646 grabados sobre papel, obtenidos de planchas originales en las calcografías de Madrid, París, Berlín y Roma.
Corresponden, los yesos, a diferentes periodos históricos y a diferentes culturas que suelen ser agrupados en cinco conjuntos: Egipto, Asiria y Persia; Grecia y Roma; Arte Gótico y Románico; Renacimiento, Barroco y Manierismo; y Neoclasicismo, Romanticismo y Arte Moderno. La colección de grabados, en cambio, comprende a los grandes maestros del grabado (Callot, Rembrandt, Piranesi, Rigaud y Durero) y por medio del grabado de representación, también obras maestras de la pintura, la arquitectura y las artes decorativas.
En el caso de los yesos, por tratarse de reproducciones hechas directamente a partir de los moldes de los museos que albergaban las piezas originales, hay una estimable exactitud con respecto a los originales en cuanto a las texturas, tamaños y volúmenes, lo cual permite dar una idea de la importancia que se le atribuyó en su momento (1930) al hecho de traer las grandes obras de arte de la humanidad a Colombia. Respecto a la técnica de reproducción para los grabados será útil recordar las palabras del historiador Álvaro Medina: “Buena parte de los grabados de la Colección Pizano tiene el mérito que la mayoría de ellos fueron trabajados a partir de planchas originales de sus autores, conservadas en las Calcografías Reales. Para ello se utilizaron las novedosas técnicas de reproducción inspiradas en la reciente invención de la fotografía”[1].
Desde un punto de vista histórico, la Colección Pizano es la selección de replicas en yeso y grabados realizada por el artista Roberto Pizano (1896-1929) con el fin de conformar un Museo de Reproducciones que pudiese respaldar y sustentar su proyecto pedagógico para la Escuela Nacional de Bellas Artes de Colombia.
La Escuela
La Escuela Nacional de Bellas Artes surge en 1886 a partir de modelos europeos encarnados en los numerosos maestros extranjeros que hicieron parte de la escuela. Es en este contexto que artistas como Roberto Pizano, formados en las más prestigiosas academias europeas, se convierten en intelectuales con la autoridad para señalar las falencias de las instituciones colombianas y asumir su papel como reformadores, papel que la sociedad colombiana acepta y respalda por tratarse de hombres de mundo y de cultura avanzada.
Roberto Pizano viajo a Europa en 1917 para estudiar en la Real Academia de San Fernando en Madrid, donde conocería las directrices de la educación artística europea que luego plantearía en Colombia. A su regreso en 1921, después de haber recorrido los grandes centros artísticos mundiales, Pizano ingresó como profesor a la Escuela de Bellas Artes, donde compartió cátedra con quienes habían sido sus maestros antes de su viaje a Europa: Coriolano Leudo y Ricardo Acevedo Bernal, entre otros. En 1917 la Escuela de Bellas Artes de Bogotá había sido desalojada del edificio donde funcionaba en el convento de la Enseñanza, y se mudó a un Pabellón construido en el Parque de la Independencia. En esas adversas condiciones para la educación del arte en Colombia, Pizano volvió a Europa en 1923. Durante este viaje la figura de Pizano se consolidó en el panorama artístico colombiano a pesar de su juventud: publicó su libro sobre el pintor colonial Gregorio Vásquez y trabajó en el taller de Fernando Álvarez de Sotomayor, director del Museo del Prado.
Pizano recibió a comienzos de 1927 en París un brevísimo telegrama del Ministro de Instrucción Pública, José Vicente Huertas, que textualmente decía: “Gobierno desea impulsar bellas artes, favor telegrafiar aceptaría rectoría escuela”, a la cual Pizano respondió “dispuesto aceptar siempre gobierno facilite realización plan sométole carta. Agradecido. Salúdole”[2]. La carta, con fecha 22 de enero de 1927 y firmada en París, contenía las dos condiciones que Pizano requería para aceptar el cargo de Director de la Escuela: la adecuación de un edificio digno para la Escuela de Bellas Artes y la adquisición de materiales esenciales para el óptimo funcionamiento de la Escuela.
En relación con la segunda condición, aclara Pizano: “En mi concepto, están en primer lugar los vaciados directos de las obras originales más célebres de Escultura y Arquitectura, para cuya selección creo ser el más preparado, entre otras circunstancias, por haberme interesado en que el Gobierno español facilite algunos del Taller de Madrid, y por haber conseguido, en unión de los jefes de las Oficinas de Información de París y Londres, que las colonias colombianas de dichas ciudades contribuyeran con nosotros a obsequiar a Bogotá un número selecto, aunque por desgracia reducidísimo, de tales vaciados. Por consiguiente, creo que de ninguna manera debo regresar al país sin elegir yo mismo en los museos de las capitales citadas, y en Italia, las obras más importantes, y sin haberlas comprado y despachado yo mismo para Bogotá, con el objeto de impedir así cualquier error o demora perjudicial. Esta medida, que es decisiva para la cultura artística del país, se puede llevar a cabo con una suma que resulta insignificante al lado de la trascendencia de aquella. Con veinte mil pesos podríamos obtener las más bellas piezas que se conservan del Partenón, las más importantes piezas de la época egipcia, de la asiria, de la griega, de la gótica y del Renacimiento; con lo cual dotaríamos a nuestra capital con una colección bastante completa para la formación clásica de los artistas y la educación de todas las clases sociales”[3].
En el momento de la llegada de Pizano a Bogotá, la Escuela Nacional de Bellas Artes aún no cuenta con espacios propios y se encuentra alojada en la Academia de la Lengua. La exigencia de Pizano al Gobierno Nacional de contar con un edificio propio para la Escuela fue aceptada, más esto significó apenas el inicio de los trámites para el diseño y construcción del Palacio de Bellas Artes. Desde un comienzo fue evidente que la colección de yesos recién adquirida no contaba con espacio suficiente en la sede temporal de la Academia de la Lengua. Efectivamente, Pizano decidió que el lugar para la muestra con todos los yesos, una vez llegados todos al país, sería el salón de grados del Colegio de San Bartolomé.
La inauguración de esta exposición sufrió varios retrasos, entre otros motivos porque las piezas en yeso habían sufrido graves daños durante el viaje trasatlántico y tuvieron que ser reparadas antes de ser presentadas al público. El escultor español Ramón Barba, bajo el cargo de profesor del área de escultura durante la dirección de Pizano, fue la persona encargada de la restauración de las recién llegadas obras. El estrecho lazo entre Barba y Pizano no solo debió ser fruto de su contacto como profesores en la Escuela, sino que la admiración del pintor por España y la coincidencia de ambos como alumnos del artista español Miguel Blay pudieron ser factores que unieron a ambos artistas, amistad que debió dejarle a Barba, ante la improvisa muerte de Pizano, la responsabilidad de continuar con la labor que Pizano se había propuesto. La tarea de Barba debió tomarle considerable tiempo, teniendo en cuenta la cantidad de obras, pero su desempeño fue indispensable para que la apertura del museo se llevara a cabo ya que, como la prensa indicó, su trabajo no consistió en un simple retoque a las piezas, sino que “ordenó, restauró y dio adecuada colocación, como seguramente lo concibió el talento de Pizano, a todas aquellas obras que reflejan la belleza imperecedera de los originales”[4].
Desde este momento (abril de 1930), la recién inaugurada serie de piezas se conoció como el Museo de Reproducciones Artísticas, y solo décadas después pasaría a conocerse como la Colección Pizano, en homenaje a quien tuvo la iniciativa de traerlas.
El Museo
Desde su llegada al país, la situación del Museo de Reproducciones Artísticas estuvo ligada a la Escuela de Bellas Artes, ya fuera dependiendo de su localización o de las disposiciones de ésta para ser exhibida en otro recinto.
La Escuela se alojó en el edificio de la Academia de la Lengua hasta 1933. El 20 de julio del mismo año, la Escuela abrió sus puertas en el edificio de la Facultad de Ingeniería (actualmente Museo Militar), donde se le cedió un amplio salón a las reproducciones que venían de ser exhibidas en el colegio de San Bartolomé.
Poco después, la Escuela se mudó a una casa en la calle 10ª con 8ª, lugar que no contaba con espacio para el Museo, así que las piezas fueron trasladadas en 1936 a la Biblioteca Nacional. Para la época del traslado a la Biblioteca, el Museo de Reproducciones Artísticas contaba como director con el pintor, y exdirector de la Escuela de Bellas Artes, Miguel Díaz Vargas, quien quiso durante su gestión enfatizar la misión del Museo como medio de enseñanza estética e histórica para toda la población de la ciudad y no solo para los estudiantes de Bellas Artes.
Pronto, en 1938, inició un pleito entre el Director de Edificios Nacionales y el Director del Museo de Reproducciones por el espacio que se le había concedido al Museo en la Biblioteca. El pleito fue perdido por la Escuela, el Museo fue clausurado y las piezas que hacían parte de éste fueron ubicadas en los sótanos del mismo edificio a la espera de una nueva ubicación.
En vista de la situación, Miguel Díaz Vargas decidió devolver el inventario a la Escuela de Bellas Artes y renunció a su cargo en el Museo. Sin embargo, la Escuela lo ratificó en el cargo como director ad honórem, hasta julio 23 de 1942. Para esta fecha, las obras habían sido sacadas de los sótanos de la Biblioteca y trasladadas a dos salones de la Escuela, que entonces venía funcionando en el ex convento de Santa Clara.
En 1946, por disposición del Ministro de Educación, Germán Arciniegas, se agruparon las colecciones de los museos de la Nación en una sola, la colección del recién fundado Museo Nacional. La colección de obras que había adquirido la Escuela de Bellas Artes en varias décadas de gestión de sus directores y docentes pasó a formar parte de la primera colección de pintura que tuvo ese museo. Sin embargo, las piezas en yeso y los grabados del Museo de Reproducciones Artísticas no fueron incluidos en la entrega de obras para el Museo Nacional porque, según Teresa Cuervo, su primera directora, ésta debía “quedar al servicio de la Escuela de Bellas Artes para el estudio y documentación de sus alumnos”[5].
La Universidad
En 1967 se llevó a cabo el traslado de la Escuela al campus de la Universidad Nacional, sin embargo, una parte de las piezas del Museo de Reproducciones Artísticas siguió en el Claustro de Santa Clara mientras que otra fue depositada en bodegas de la Biblioteca Central de la Universidad y solo se efectuó el traslado completo una vez que el Museo de Arte de la Universidad Nacional se inauguró en 1974. El desafortunado destino de las obras antes de llegar a la Ciudad Blanca fue documentado por el maestro Francisco Cardona: “Las obras de escultura que ambientaban su patio principal [del Claustro de Santa Clara] tomaron cualquier camino y similar suerte corrió la de grabados calcográficos, parte de la cual fue dejada a la humedad y al abandono en algún rincón del viejo edificio de Arquitectura”[6]. Según el profesor Germán Rubiano, Santa Clara fungió durante pocos meses como un Museo de Arte Religioso; en este intento de museo que no duró más que un par de meses, se exhibieron algunas obras del Museo de Reproducciones Artísticas que aludían a la temática pertinente, pero pronto cerró el Museo de Arte Religioso y varias de las obras desaparecieron.
A partir de la llegada de las piezas del Museo de Reproducciones Artísticas, ya Colección Pizano, al Museo de Arte de la Universidad Nacional en 1974 y antes de ser declaradas en 2003 por el Ministerio de Cultura Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional, estas sufrieron algunos avatares que es importante recordar.
Durante la dirección del Museo de Arte por parte de la profesora Marta Fajardo de Rueda (1983-1984), una selección de 50 obras pertenecientes a la Colección Pizano fue mostrada de forma permanente en el ala sur del Museo de Arte. La selección fue realizada por Ángela Mejía de López y fue un preámbulo para la elaboración de su catálogo titulado La Escultura en la Colección Pizano, concebido en 1984 gracias a la preocupación de Marta Fajardo y el director de Divulgación Cultural, Pablo Gamboa, por rescatar la Colección del olvido.
Entre 1984 y 1990 el Museo de Arte estuvo dirigido por la maestra María Elena Bernal, quien construyó la sala Pizano como espacio anexo al Museo con el fin de exhibir de manera permanente la Colección. Durante la dirección de María Victoria de Robayo (1990-1992) se realiza la identificación de la obra gráfica, gracias al interés del curador del Departamento de Dibujo y Estampa del Museo Británico, Paul Goldman.
Aunque la Colección se hospedaba por primera vez en un edificio construido exclusivamente para ser museo, no dejó por esto de sufrir deterioro. Durante la gestión de José Hernán Aguilar como director del Museo de Arte de la Universidad Nacional (1992-1995), tuvo lugar el sismo de Toribío (6 de junio de 1994). La onda destructiva del sismo se sintió en menor medida en Bogotá, sin embargo, la sala Pizano y la reserva de las esculturas colapsó en detrimento de varias piezas.
A José Hernán Aguilar le sucedió la arquitecta María del Pilar López como directora del Museo de Arte. Bajo la gestión de la profesora López se adecuaron los espacios de reserva para la Colección Pizano en el Museo, a partir de un estudio que determinó las necesidades de la Colección para su preservación y cuidado. Ese estudio involucró a Colcultura, al Centro de Restauración y a Monumentos Nacionales, instituciones encargadas de velar por el patrimonio artístico del país.
Los trámites para el reconocimiento de la Colección Pizano como Bien de Interés Cultural[7] se llevaron a cabo durante la dirección de la profesora Mariana Varela (1999-2002). La gestión realizada por la profesora Varela para el reconocimiento de la Colección como Bien de Interés Cultural de la Nación, buscaba proteger unas piezas que constituyen un importante capítulo en la historia de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional y por lo tanto en la enseñanza y desarrollo de las artes plásticas en el país.
[1] Medina, Álvaro. Teoría y sentido del gabinete de grabados, en: El rescate de un legado. Exposición de grabados, Colección Pizano, Bogotá, Catálogo del Museo de Arte de la Universidad Nacional, 1997.
[2] Carta de Roberto Pizano a José Vicente Huertas. París, enero 22 de 1927. Citada en Roberto Pizano, Bogotá, Seguros Bolívar, 2001, p. 161.
[3] Ibidem.
[4] Cosas de día. El museo de reproducción artística, en: El Tiempo, abril 10 de 1930, p. 5.
[5] Carta de Teresa Cuervo al Consejo Directivo de la Universidad Nacional, julio 25 de 1946. Archivo Central e Histórico de la Universidad Nacional de Colombia.
[6] Testimonio del maestro Francisco Cardona sobre su experiencia como director del Departamento de Bellas Artes 1966-1973. Ana Zenaida Acevedo Carvajal. Tesis de posgrado de Crítica de Arte, Bogotá, Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, abril de 1991, pp. 17-18.
[7] Resolución Número 1259 del 25 de agosto de 2003, por la cual se declara como Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional la Colección Pizano, expuesta en el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia.
Alejandro Burgos Bernal
Jefe División de Museos UNAL