
- Martes a domingo, de 10:00 a.m. a 6:00 p.m. Lunes festivo abierto y se cerrará el martes
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- Entrada libre
- Carrera 8 # 7-21 - Bogotá, D.C., Colombia.
- Horario de visita: martes a domingo, de 10:00 a.m. a 6:00 p.m.; lunes festivo abierto y se cerrará el martes.
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Curaduría: María Belén Sáez de Ibarra
Comisionada por el Claustro de San Agustín de la Dirección de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia
Introducimos el ecofeminismo y la ética del cuidado como una matriz ética para la reflexión medioambiental dentro del programa de la Dirección de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia.
Las visiones ecofeministas nos instan a otorgar categorías de género al abuso y a la violencia sobre la vida en nuestras selvas y ecosistemas, en nuestros cuerpos y urbes. En consecuencia, presentamos estas dos exposiciones: Feminíridas, de Verónica Trujillo, y Marismas primordiales: de aguas y diosas, de Samuel Sarmiento,
La noción de cuidado, históricamente encarnada en lo femenino por efecto de una dramaturgia patriarcal del trabajo y de los afectos, ha sido desplazada a los márgenes de lo político, lo racional y lo visible.
Precisamente, las obras de Trujillo y Sarmiento cuestionan profundamente los roles de género y sus definiciones dentro del mundo contemporáneo para arrastrar a toda la sociedad hacia una idea transformadora del cuidado como motor de todos los seres que habitan el mundo social.
FEMINÍRIDAS
A partir de la creación artística de cuerpos híbridos, mutantes, transespecie y transgénero, Verónica Trujillo busca una forma de insurrección estética y simbólica frente a la normatividad que ha domesticado y mercantilizado los cuerpos de las mujeres. En un mundo donde lo femenino ha sido ‘encorsetado’ en moldes visuales (juventud, delgadez, suavidad, domesticación), la imaginación de seres que rompen esas lógicas –con cuerpos no funcionales, no juveniles, no clasificables– es una estrategia de fuga y desidentificación.
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Cuando el arte de Verónica Trujillo propone figuras que son parcialmente humanas, parcialmente animales, con mezcla de sexos o edades, está diciendo: «No somos una sola forma, no somos un solo cuerpo, no somos una sola narrativa». Introducir lo animal, lo monstruoso, lo envejecido, lo indeterminado, es politizar lo corporal desde lo imaginario, desplazando el control visual y simbólico que la cultura ha ejercido sobre lo femenino. Esa hibridez rompe con la construcción colonial y patriarcal del cuerpo femenino como objeto para la mirada, como símbolo de pureza o de seducción.
Además, estas figuras pueden funcionar como contramitos, respondiendo a la exigencia de las mujeres de representar siempre la belleza, la juventud o la maternidad. En vez de eso, el arte muestra criaturas mutantes, sin edad, sin forma fija, tal vez, incluso, imposibles de desear en términos convencionales. Y allí reside su potencia crítica: no seducen, desestabilizan. Son una crítica viva al mandato de la visibilidad domesticada.
La creación artística de seres híbridos, parcialmente femeninos, parcialmente masculinos, parcialmente animales hembras y machos de otras especies, puede leerse como una insurrección contra las identidades fijas, pero también como un acto de reclamación imaginaria del cuerpo y del ser. En un contexto donde la representación de las mujeres ha estado históricamente moldeada por los ojos y los deseos de los hombres, imaginar nuevas corporalidades fuera de los márgenes normativos –viejas, abyectas, sensuales, monstruosas, animales, mutantes– es una forma de mirarse ante el propio espejo, sin medida externa, sin traducción masculina.
Estas figuras no buscan seducir ni cumplir expectativas estéticas. Son configuraciones autoengendradas que afirman que las mujeres pueden representarse a sí mismas fuera del mandato de juventud, belleza o funcionalidad. Se trata de una rebelión simbólica contra la domesticación visual del cuerpo femenino, pero también de una exploración de mundos posibles donde las mujeres inventan sus propias formas de habitar el deseo, la edad, la potencia, la fragilidad y lo animal.
Al moldear estos cuerpos indisciplinados, la artista rompe con la imagen normativa que interrumpen la historia visual en la que han sido habladas, escritas y exhibidas por otros. Se reapropian del derecho a narrarse desde la imaginación radical, no como una fantasía escapista, sino como un ejercicio de autonomía. En este gesto, el arte se vuelve espejo no domesticado: un lugar donde verse sin filtro, sin juicio, sin mandato; donde la forma puede ser muchas, o ninguna.
Feminíridas está conformada por más de 100 cerámicas exhibidas en una suerte de «jardín de las delicias».
VERÓNICA TRUJILLO
Autodidacta, formada dentro de una familia de artistas, tiene un gran dominio técnico en las artes cerámicas. En piezas de gran formato funde lo ancestral con lo contemporáneo. Esta muestra contiene temas autobiográficos y pulsiones ancestrales, con influencias del mundo queer, el surrealismo y el expresionismo. Su trabajo de escultura se basa en lo femenino, lo intuitivo, lo lúdico. La percepción, la parte emotiva le permiten crear piezas cargadas de una coquetería irreverente. Este trabajo cerámico ha evolucionado libremente, llevándola a crear un estilo propio informal, lleno de símbolos, color y expresión; se ha salido de los parámetros de la cerámica como oficio, para tener todas las connotaciones de un trabajo artístico, dándole espacio a piezas cargadas de fuerza en su contenido, vitalidad en su expresión y un manejo del color pictórico, rico en texturas que le aportan a la obra.
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