Un 7 de febrero
ORACIÓN POR LA PAZ
Excelentísimo señor Presidente de la República, doctor Mariano Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra excelencia sabiendo que interpreto el querer y la voluntad de esta inmensa multitud, que cobija su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo este silencio clamoroso, para pedir que haya piedad y tranquilidad para la patria.
En todo el día de hoy, excelentísimo señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que llegaron de todo el país, de todas las latitudes –los llanos ardientes y las frías altiplanicies, como las de esta capital– han venido a congregarse en esta plaza, cuna de nuestra libertad y de nuestra historia, para expresar su irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que ellos desembocan en esta plaza y no hay sin embargo un solo grito, porque en el fondo de sus corazones se agolpa la emoción; pero como en las tempestades violentas la fuerza subterránea es mucho más poderosa y ésta sabe que tiene el poder de imponer la paz cuando los obligados a imponerla no la imponen.
Señor Presidente: aquí no hay aplausos sino millares de banderas negras que se agitan. Excelentísimo señor: sois un hombre de universidad y por lo tanto os debe llamar la atención este hecho sin precedentes en la historia de Colombia.
Señor Presidente: aquí están presentes todos los hombres que han desfilado y demuestran una fuerza y un poderío no igualados y, sin embargo, no hay un solo grito. Aquí hay una contradicción a las leyes de la psicología popular. Un pueblo que es capaz de contrariar las leyes de la psicología colectiva es un pueblo que os demuestra que tiene un espíritu de disciplina capaz de superar todos los obstáculos. Ningún partido en el mundo ha dado una demostración como ésta. Pero si esta manifestación sucede es porque hay algo grave y no por triviales razones. Y esto obliga a los hombres universitarios a escucharla y oírla. Somos la mejor fuerza de paz en Colombia. Somos los sustentáculos de la paz en Colombia, y mientras en las veredas y en los municipios fuerzas minoritarias se lanzan al ataque, aquí están las grandes mayorías obedeciendo una consigna. Pero estas masas que así se reprimen también obedecerían la voz de mando que les dijera: ejerced la legítima defensa.
Dos horas ha gastado esta gente entrando a esta plaza para colmarla. El comercio ha cerrado sus puertas y le debemos gratitud por este noble gesto.
Porque somos fuertes somos serenos. Esta es la significación más exacta de que con nosotros no puede abusarse. Hay un partido de orden capaz de realizar estas manifestaciones para evitar que la sangre se derrame y para que las leyes se cumplan, porque son la expresión de la conciencia colectiva. Yo quisiera que todo el país contemplara este espectáculo. No me he engañado cuando he dicho mi concepto sobre la conciencia popular, ampliamente ratificada en esta manifestación, donde los aplausos desaparecen y sólo se oye el rumor emocionado de los millares de banderas negras que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres tan villanamente asesinados.
Señor Presidente: serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los hombres que llenan esta plaza, con esa emoción profunda os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, en favor de la tranquilidad pública. Todo depende de vos; sabemos que quienes anegan en sangre este país cesarían en su pérfida siega. Esos espíritus de mal corazón cesarían al simple imperio de vuestra voluntad.
Amamos hondamente a esta patria nuestra y no queremos que nuestra nave victoriosa navegue sobre ríos de sangre.
Señor Presidente: no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no siga por caminos que nos avergüenzan ante propios y extraños. ¡Os pedimos tesis de piedad y de civilización!
Señor Presidente: os pedimos cosa sencilla para la cual están de más los discursos. Os pedimos que cese la persecución de las autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Pedimos pequeña cosa y gran cosa: que las luchas políticas se desarrollen por cauces de constitucionalidad. Os pedimos que no creáis que nuestra tranquilidad, esta impresionante tranquilidad, es cobardía. Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes: somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. Pero somos capaces, señor Presidente, de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad y la paz y la libertad de Colombia.
Impedid, señor Presidente, la violencia. Sólo os pedimos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo. En vez de esta ola de barbarie, podéis aprovechar nuestra capacidad laborante para beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: esta enlutada muchedumbre, estas banderas negras, este silencio de masas, este grito mudo de corazones, os pide una cosa muy sencilla: que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como querríais que os tratasen a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos, a vuestros bienes.
Os decimos, excelentísimo señor Presidente: bienaventurados los que no ocultan la crueldad de su corazón, los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar los sentimientos de rencor y exterminio. Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad contra los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia”.
[Jorge Eliécer Gaitán, 7 de febrero de 1948, Manifestación del Silencio]
El sábado 7 de febrero de 1948 el pueblo se moviliza desde sus hogares hacia el lugar de la concentración que dará inicio al largo desfile de la Manifestación del Silencio, convocada por Jorge Eliécer Gaitán. La cita es a las dos de la tarde en la Plaza de San Diego, y hacia allí se dirigen en buses, tranvías, camiones, furgones y zorras los que vienen de los suburbios y de barrios tan apartados como Las Ferias, Siete de Agosto, San Fernando, Puente Aranda, San Cristóbal, Veinte de Julio, Ricaurte, Santander, Tejada, Palermo y Chapinero. Otros llegan caminando desde el Paseo Bolívar, Germania, Belén, Egipto, El Guavio, La Candelaria, La Perseverancia, Las Nieves, Las Cruces, Teusaquillo y otros barrios cercanos. Muchos han viajado en flotas, trenes y camiones desde poblaciones periféricas como Soacha, Bosa, Chía, Usaquén, Fontibón, y desde lejanos pueblos y ciudades de provincia. A las tres de la tarde, bajo un sol agobiante que castiga sus rostros, unas ochenta mil personas, entre hombres y mujeres, dan comienzo al desfile por la carrera Séptima. Los hombres se han descubierto la cabeza y llevan sus sombreros en la mano. La multitud viste ropas oscuras y agita en las manos banderines negros y rojos. Marchan de luto por el país que sangra a causa de la violencia que se ha desatado en Boyacá, Santander, Cundinamarca, Antioquia, Tolima y otros departamentos, ocasionando miles de victimas y obligando a miles de campesinos a dejar sus viviendas, ganados y cosechas abandonados y a huir por los azarosos caminos del éxodo en caravanas asoladas por el dolor y la miseria. Esta violencia es la que Gaitán y el pueblo liberal van a denunciar con la marcha y su concentración en la Plaza de Bolívar, sin abrir la boca para decir una palabra, sin consignas ni gritos, solo el rizar de los banderines contra el viento en las manos de los manifestantes. Son manos de albañiles, tenderos, mecánicos, choferes, carpinteros, zapateros, empleados y amas de casa mezcladas con las de jóvenes estudiantes, maestros, intelectuales, universitarios y profesionales, pero la inmensa mayoría son las manos de los más pobres, los iletrados, los aporreados, los menesterosos, los indigentes, los desamparados, los desocupados, la plebe, el vulgo, la guacherna, o, para mejor decir, la chusma, como llaman los poderosos a la gran masa de desposeídos liberales y conservadores que tienen sus esperanzas de redención puestas en el caudillo.
[Miguel Torres, El crimen del siglo. Bogotá: Editorial Planeta Colombiana, 2019, p. 113].
Gaitán invirtió cuidadosamente la liturgia de la plaza pública. Sus palabras fueron escasas y sombrías. Habló unos cincuenta minutos, escogiendo cada palabra con el mayor cuidado. La multitud se convirtió en participante activo de la demostración, profiriendo en silencio su voz colectiva. El discurso estaba impregnado de lenguaje peligroso. No les habló a los convivialistas por intermedio de la muchedumbre. En cambio, la muchedumbre les habló a los políticos a través de él.
En ese momento Gaitán poseía un poder inmenso. Habría podido ordenarle a la multitud que rodeara todos los edificios públicos de la ciudad, o incluso que atacara al Palacio Presidencial a sólo tres cuadras de distancia. O habría podido ordenarle permanecer en la plaza hasta que el régimen conservador atendiera al llamado de paz. Ni la policía ni el ejército hubiera podido hacer mayor cosa. En cambio, demostró una vez más su respeto por la ley e hizo lo más potente y más desconcertante de todo: le ordenó regresar a sus hogares.
[Herbert Braun, Mataron a Gaitán. Bogotá: Aguilar, 2008, p. 252].
La situación a principios de 1948 había llegado a extremos tales que Gaitán, como Jefe Único del Partido Liberal, divulga su llamado “Mensaje Liberal”: Siempre he proclamado la necesidad imperiosa, que ahora se acentúa, de que el liberalismo se organice para hacer uso de la legítima defensa y para resistir a la agresión, pues solo el pueblo tiene en sus manos los medios adecuados para hacer y buscar sus derechos y que sean respetados” (Periódico Jornada, febrero 12 de 1948).
Al hablar de los pueblos que, aparentemente, sufren la explotación y la humillación sin reaccionar, reflexiona: “Parece que ciertos hombres y ciertas multitudes no reaccionaran ante las ofensas, ante la conculcación de sus derechos y que, por lo tanto, no es el caso de temérseles porque permanecen tranquilos. Pero hay pueblos que sufren la ofensa y la acumulan hasta que un día estallan en forma huracanada y terrible. Fijáos, señores, que las grandes revoluciones han sido realizadas por las masas que parecían más conformes con el estado ambiental”.
Reitera su advertencia en muchas otras ocasiones, no como amenaza, sino como previsión de lo que habría de ocurrir: “Si no queréis, señores de la casta gobernante, ceder ante el justo clamor de las masas, seguid encareciendo la vida, descuidando al hombre y su educación, negando el reparto de la tierra que exigen los campesinos y negando las garantías sociales a que tienen derecho los trabajadores. Arrojad empleados a la calle, disminuidles el sueldo a los que quedan; seguid por ese camino, pero no os extrañéis que la revolución venga en una forma turbulenta, dispuesta a castigar a quienes explotan y humillan al pueblo” (Debate en la Cámara sobre “El problema social”, 1932).
Al decir Gaitán, en su oración pronunciada en la que se llamó la Manifestación del Silencio, que el pueblo reunido en silencio no es solamente capaz de controlar la emoción sino capaz de entregar su vida para salvar la paz y la libertad, está hablando de la reciedumbre de carácter, de la firmeza en el temperamento y de la fuerza de voluntad, por medio, ante todo, de la razón y el control de las emociones.
[Gloria Gaitán Jaramillo, Bolívar tuvo un caballo blanco, mi papá un Buick. Bogotá: Ediciones Proa, 1998, p. 384].